sábado, 27 de junio de 2015

Hoy estoy cansado, cansado de este cansancio que lleva siglos en mí. Cansado del aire huérfano de tu aroma, de tu olor. Quisiera desaparecer. Quisiera aparecer en el regazo de tu mirada, en el calor de tus pupilas recordándome. Y no. Nunca sabré si me recordás. La necesidad de tu presencia ha muerto en el pantano maloliente de lo no dicho. En el pantano del deseo muerto por mala praxis. Esclavo del dolor, amo del placer. Súbdito silencioso de la memoria que olvida, que se olvida a sí misma. Que me olvida y me encuentra despedazado en el rincón más obscuro en el que yacen los muertos del amor...

lunes, 7 de abril de 2014

¿Qué habrá sido?

Habrá sido el perfume que usabas como rocío y caía perfectamente en esos secretos lugares de tu cuerpo o el aroma de tu piel los que acabaron por enloquecerme?. No lo sé. Éramos dos adolescentes y a esa edad, las primeras sensaciones provocan un revuelo de pirpintos...los de la piel y los del corazón. Habrán sido tus labios de espuma o esa sonrisa que ya presagiaba arrugas prematuras...o tu cabello que siempre olía a libertad. Habrá sido esa mirada que invitaba o la extraña forma que tomaban tus cejas cuando te reías?. No lo sé. Lo que si sé es que el corazón galopó desde que descubrí que existías. Te amé adolescentemente. Te amé desde los 14 y por largo tiempo, aunque la última vez que te ví, teníamos 18 años. Hoy, a horas de estrenar los 40, amo el recuerdo de ese recuerdo. De alguna singular manera, eso me hace sentir vivo. Salud por eso...

domingo, 27 de enero de 2013

TAXI.


TAXI
                                                                                                                                                            
De Pablo Vera.


Personajes:
El
Ella
La acción se desarrolla en una vereda. En la parada de un colectivo. Llega Ella, mira la hora en un reloj que lleva en el tobillo del pie izquierdo. Al rato, llega El. La mira.

El: Disculpe. Podría usted informarme si el tren de las nubes pasa muy alto?.
Ella: Como no.
El: Gracias.
Ella: De nada.
El: Disculpe. Sería tan amable de decirme si el reloj Cucú de Córdoba, da la hora afinada?
Ella: Como no.
El: Gracias.
Ella: De nada. (Silencio). Disculpe. Hace tiempo que llevo esperando y el colectivo de la línea 71 no pasa.
El: Es que aquí no para ese colectivo. Aquí para el de la línea 71.
Ella: Oh, muy amable de su parte. Debo haber estado al revés cuando miré el cartel indicador.
El: O bien, pudo haber sido al revés.
Ella: A ver, explíquese, por favor.
El: Claro. También pudo haber sido que el micro haya venido andando con el techo sobre el pavimento.
Ella: Puede que usted esté en lo cierto. Pero yo creo que lo más probable es que tenga que cambiar los anteojos. Le explicaré. Oftalmológicamente hablando, actualmente poseo dos afecciones que condicionan el óptimo funcionamiento de mis ojos. Por un lado tengo astigmatismo y, por supuesto, por el otro no. Por otro lado tengo miopía. Y por otro lado, si lo hubiere, formaríamos un triángulo.
El: (Mientras pela una mandarina). Que interesante. Continúe, por favor.
Ella: (Tomando la mandarina, continúa la acción de pelarla). El astigmatismo, si no es muy severo, ocasiona un trastorno de carácter fórmico. Esto es, uno puede ver las cosas más grandes o más pequeñas, más altas o más bajas, de lo que en la irrealidad son. Pero si la afección es severa, como es mi caso, el trastorno se agudiza a tal punto que los objetos mutan sus formas por completo. (Ha culminado de pelar la mandarina). Tome, aquí tiene su manzana.
El: Muchas gracias. (Muerde la manzana/mandarina). Es increíble (ella lo mira asintiendo) el sabor de los frutos orgánicos. Esta pera está exquisita!
Ella: Hay días en los que esta afección es contagiosa. Y, claro está, hay días en los que también lo es.
El: (La mira desconcertado y le pregunta con un aire de profunda felicidad). Usted cree que ya estoy contagiado?
Ella: No lo podemos saber aún!
El: Por qué?
Ella: Porque aún no le expliqué en qué consiste la miopía.
El: (Con fervor). Por favor, no pierda más tiempo y explíquemelo!
Ella: (Con sorna). Tiempo al tiempo mi querido…cómo me dijo que se llama usted?
El: El
Ella: Mi querido El.
El: Y cómo se llama usted?
Ella: Ella. (Parpadea rápidamente).
El: Continúe, por favor.
(Ella toma de las manos de El la manzana/mandarina/pera y le dá un mordisco).
Ella: Mmmm!. Debe ser pollo de granja. El sabor es inconfundible.
El: Déjeme probar, si es usted tan amable.
Ella: Si lo soy. (No le entrega la manzana/mandarina/pera/pollo. Continúa comiendo. Cada vez con más fruición hasta terminarla. Erupta).
El: Salud!
Ella: (Saca un abanico de su cartera, lo despliega y se lo pone por encima de la cabeza). El sol está implacable esta noche colmada de estrellas. (Parpadea rápidamente).
El: Tiene usted razón. (Abre el paraguas que lleva colgado de uno de sus antebrazos). Parece que va a llover. (Lo cierra y lo vuelve a colocar en uno de sus antebrazos).
Ella: Me encanta mojarme cuando llueve en las noches estrelladas. Abra su paraguas, por favor.
(Comienza a no llover. Ella y El están debajo del paraguas).
El: Tiene usted tazón!. Dejarse mojar mientras llueve es…total y completamente asqueroso!
Ella: Vió?
(Deja de no llover. El cierra su paraguas y se separan bruscamente).
El: En qué habíamos quedado? Ah sí. Usted me estaba por explicar en qué consiste la miopía.
Ella: Es verdad, es verdad. Se dadrev!. La miopía, cuando no es muy severa, ocasiona un trastorno de carácter. Esto es, uno puede estar más alegre o más triste, más eufórico o más deprimido, más inquieto o más tranquilo, de lo que en la irrealidad puede sentirse. Pero si la afección es severa, como es mi caso, el trastorno se agudiza a tal punto que se pueden llegar a ver las cosas totalmente al revés.
(El toma el abanico que Ella sostuvo todo el tiempo sobre su cabeza, saca una libreta de anotaciones y comienza a escribir. Ella lo mira con curiosidad).
Ella: (Mientras intenta leer lo que El está escribiendo). Hay días en los que esta afección es altamente contagiosa. Y, claro está, hay días en los que también lo es.
El: (La mira desconcertado y le pregunta con un aire de profunda felicidad). Usted cree que ya estoy contagiado?
Ella: No lo podemos saber aún.
El: Por qué?
Ella: Porque aún no sabemos si el triángulo es equilátero, isósceles o escaleno.
El: Por favor, no perdamos más tiempo y averigüémoslo!
Ella: (Con sorna). Tiempo al tiempo mi querido…cómo me dijo que se llama usted?
El: Ella.
Ella: Mi querido Ella.
El: Y cómo se llama usted?
Ella: El. (Se rasca un testículo).
El: Continúe, por favor. (Parpadea rápidamente).
(Ella/El toma de las manos de El/Ella la libreta de anotaciones y continúa escribiendo).
Ella/El: Mmm!. Usted debe ser escritor. Muy interesante lo que aún no ha escrito.
El/Ella: Déjeme ver, si es usted tan amable.
Ella/El: Si lo soy. (Arranca una hoja de la libreta de anotaciones, la hace un bollo y se la mete a la boca. Comienza a masticarla y la escupe).
El/Ella: Salud!
Ella/El: (Guarda el abanico y la libreta de anotaciones en su cartera, se la entrega a El/Ella y toma de uno de sus antebrazos el paraguas. Lo abre).
Ella/El: Parece que no va a llover.
El/Ella: A mi me encanta mojarme cuando no llueve. (Parpadea rápidamente. Se mete debajo del paraguas. Comienza a llover).
Ella/El: (Se aleja de El/Ella). Tiene usted razón! No mojarse mientras llueve…es total y completamente asqueroso!
El/Ella: Vió?
(Deja de llover. Ella/El coloca el paraguas por su parte convexa en el piso).
Ella/El: En qué habíamos quedado? Ah sí!, en que debíamos averiguar si el triángulo era equilátero, isósceles o escaleno.
El/Ella: Se dadrev, se dadrev. Es verdad. Ya averigüé qué tipo de triángulo es. Lo anoté en la libreta. (Toma la cartera, saca la agenda, la abre y se da cuenta que la hoja que busca no está. Mira por todos lados hasta que descubre que esa hoja es la que fue arrancada por Ella/El. Está en el piso. Ella/El lo sigue atentamente con la mirada. El/Ella toma el papel, lo desarruga, lo toma con la mano izquierda y lee sobre la mano derecha). El amor sucede en cualquier momento y lugar. Esta mañana salí de casa rumbo al trabajo, es una noche tranquila y diáfana. Hago el mismo camino de siempre, me cruzo con las mismas personas de siempre. Llego a la parada del colectivo que tomo todas las tardes y ahí está, como siempre, esperando el mismo colectivo. Pero este atardecer me animé y le hice una pregunta…y sucedió.
(El/Ella se da la vuelta para mirar a Ella/El. Ella/El se rasca un testículo. El/Ella vuelve a público, vuelve a mirar a Ella/El quien continúa la acción, vuelve a público).
El/Ella: TAXI!!!!!
(APAGON).

martes, 8 de noviembre de 2011

Charlas con taxistas 1

Cuando tomo un taxi es por que estoy llegando tarde o por que estoy muy cansado. La economía actual no dá para andar tomando taxis como se toman aspirinas (iba a poner la marca, pero tampoco dá, porque no me pagan por publicidad). El caso es que, el otro día, salí de trabajar y estaba muy cansado. Con mi mochila y dos bolsas de mano, estaba yo paradito en la esquina de Avenida Luis María Campos y Olleros, en una de las 4 esquinas que tienen generalmente dos calles que se cruzan; porque hay otras que tienen 6 esquinas, pero eso no viene al caso. Y es cosa de no creer che, cuando estás desesperado por utilizar ese servicio semi público de transporte, algo pasa que, vienen todos ocupados o están desocupados, pero no te paran o casi siempre sucede que viene otra persona, se para 20 metros delante tuyo, hace señas y el taxista que ya te había visto a vos antes, le para a esa otra persona que, generalmente es mujer o es un grupo de mujeres. La sensación de odio profundo aparece cuando es un grupo de mujeres, cuyas edades rondan los 20 años y el ruedo de las polleras rondan los 15 centímetros arriba de las rodillas. Nunca son menos de 4, casi siempre son 5 o 6. Y así y todo, infringiendo las normativas vigentes, las sube. Y vos pensás...pero son 6, yo soy uno y seguro que mi viaje es más largo...por qué, por qué, por qué???. Y tras el último por qué, aparece la respuesta: por que es un pajero. Por eso!!!. Saco fuerzas de donde no tengo para ejecutar la venganza. Y espero. Entonces aparece otro taxi. Y detrás viene otro. Entonces hago señas. El primero comienza a detenerse, camino un poco, pero rapidito para hacer parar al que viene atrás y me lo tomo...al de atrás. Deliciosa venganza. Jajajaja. El de adelante se queda parado y yo me marcho satisfecho rumbo a mi destino.
Y ustedes me querrán preguntar: Pero que culpa tiene?. Probablemente, ninguna. Pero este mundo es así. Pagan justos por pecadores.
Una vez andando, le indico al chofer mi destino. Y punto. Silencio. El necesario para terminar de saborear la proeza realizada anteriormente. Veo que el taxista me mira por el espejo retrovisor, saliéndose de la vaina por realizar ¨esa pregunta¨. Yo sigo mirando por la ventanilla, mudo. El taxista, haciendo caso omiso de mi claro mensaje, vuelve a mirarme por el espejo y apresura y sintetiza la pregunta. Por qué?. Por qué que?, le digo. Por qué me tomo a mí?. Pienso. Yo no lo tomé a usted, hasta donde sé, usted no es bebible. Por qué la gente no formula correctamente las preguntas?. Respondo. Me subí a su taxi, porque, como usuario, tengo derecho a elegir. Y pienso. Como eligió el primer taxista. Eligió subir a esa orda de pendejas alborotadas, para tener varias imágenes para ser utilizadas después, cuando pueda tener su momento onanista. El chofer enmudece. Pero no por mucho tiempo, lo sé.
Estamos por llegar a Puente Pacífico. Por esa zona hay varios carteles en la vía pública. Uno de ellos anunciaba la presentación de una cantante en el Luna Park. Nelly Omar, enrolada como Nilda Elvira Vattuone y que, con cien años, sigue cantando.
Parece que el taxista y yo miramos el cartel al mismo tiempo. Pensé. Cien años. Esa señora tiene cien años y los va a festejar subida a un escenario. El mejor regalo, sin dudas. Entonces el taxista vuelve a mirarme por el espejo y me dice: Sólo se puede llegar a esa edad, habiendo sido feliz. Le respondo. Sólo se puede llegar a esa edad habiendo tenido ganas. Y dinero, me dice. El dinero no asegura la longevidad, le contesto. Pero ayuda. Si, eso. El dinero es eso, una ayuda. Lo demás lo tiene que poner uno. También debe ser por que hace lo que le gusta. Ahí me gusta más, le digo. Quizás ese sea el único secreto. Hacer lo que a uno le gusta. Si, pero no todos pueden, me dice. Es cierto, pero hay que intentarlo al menos.
Entonces comienza a contarme que le gusta leer, pero que no puede por que trabaja muchas horas en el taxi y no tiene tiempo y que está esperando jubilarse. No hay que esperar a tener tiempo, uno tiene que hacerse el tiempo. Puede ser. Será. Lo que es seguro es que debe ser feliz. A lo mejor, pero no estoy muy seguro de saber de que se trata (estamos por Plaza Italia). Feliz, contento. Y pienso. Feliz no es lo mismo que estar contento. Le digo, feliz no es lo mismo que estar contento. Cierto, me dice. Uno puede estar contento y no ser feliz. Eso, digo yo. Por que al fin y al cabo, la felicidad es un punto en el tiempo; y lo que sucede entre un punto y el otro es la vida. Yo creo que lo que uno tiene que conseguir es el bienestar; ese estado es más duradero. Pero como se puede estar bien, si uno no hace lo que le gusta; que hay que hacer para ganar ese estado. Me parece que no todo se mide en términos de ganancia o pérdida; prefiero pensar en términos de conquista (y ahí se me apareció una frase que leí hace muuuuucho en un libro de Paulo Coelho: El Alquimista, que es el único libro que me gustó. A mi entender el único libro de Coelho en el que supo dejar bien cubierto el género de autoayuda en una buena novela), toda leyenda personal comienza con la suerte del principiante y culmina con la prueba del conquistador. (Estamos pasando por Santa Fé y Pueyrredón). No entiendo. Le hago una síntesis: En El Alquimista se cuenta la historia de Santiago Matamoros, un jóven pastor, quien tiene un sueño que le revela la existencia de un tesoro escondido enterrado en las Pirámides de Egipto. Decide ir en búsqueda de ese tesoro y en el camino se va encontrando con distintos personajes y situaciones que lo van convirtiendo en un hombre sabio. Cuando al final llega al lugar donde está el tesoro, descubre que, en realidad, termina estando donde su viaje comenzó debajo del mismo árbol donde el había tenido el sueño profético hacía varios años.
Ahhhh, usted quiere decir que la vida comienza como un sueño, un sueño que marca el camino y que uno debe tomar la decisión de andarlo o no.
Ni más, ni menos. (Llegamos a destino. Junín y Sarmiento). Cuánto es?. Treinta pesos. Tome. Gracias. Antes de bajar me dice: Pablo, un placer esta charla. Siga por ahí, va por buen camino. Así será, gracias. Cierro la puerta. El taxi se va y yo camino hasta Ayacucho. Por fin llegué a casa!!!.

martes, 1 de noviembre de 2011

RECUERDOS DE INFANCIA 1

Quiero aprovechar, antes de que me olvide, mi capacidad que, aún creo, está intacta, de evocar aquellos momentos mágicos que me sucedieron en la vida.
Mi abuelo paterno, el Táta (no lleva acento, pero lo pongo para que se pronuncie correctamente), como le decíamos mi hermano y yo, fue uno de aquellos tipos...correctos. Cuando lo descubrí, ya estaba jubilado. Empecé a conocerlo mejor allá por el año de 1979. Cabe aclarar, que él me conoció unos cuantos antes, en el 74. Pero fue cinco más tarde que comencé a prestarle atención. Una vez pasados los momentos en los que uno es prácticamente un parásito, dependiente y demandante y uno puede comenzar a ejercitar cierto nivel de autonomía, por ejemplo, ir al baño solo...creo que fue, más o menos por esos días que, ese hombre de bigotes bien cuidados se convirtió en mi héroe.
Siempre pulcro e impecable, esto gracias también a su mujer, Clara María Irene, Clarita, como le decía él, Aya, como le decíamos mi hermano y yo, que era una mujer de las de antes, quien mantenía sus camisas planchadas y almidonadas, los pantalones bien colgados en unas perchas especiales para pantalones para que las rayas no se desmarquen y se salgan de ese lugar al que estaban destinadas a estar por siempre y para siempre, es decir, marcando un camino recto hasta el dobladillo que debía cubrir la primera parte del zapato que para siempre debía funcionar como un espejo, se higienizaba las manos varias veces al día.
Los fines de semana no desayunaba en la cocina, prefería hacerlo en la cama, entre las 9 y las 10 de la mañana, para después sumergirse hasta las 11 en el diario matutino, que, a esas horas, de matutino no tenía nada. Y esos días, eran de fiesta. Cuando me despertaba, la primera tarea obligatoria era zambullirme en su cama y esperar con él que llegue el desayuno. Mientras eso estaba por suceder (la llegada del desayuno), me aprestaba a acomodarme muy cerquita suyo y disponerme a escuchar muy atentamente los sonidos de su panza. Una sinfonía, propiamente dicha, de sonidos acuíferos, que comezaban agudos y culminaban graves, y, en esa escala, uno podía saber por donde andaban viajando dentro de su estómago.
La ventana de su habitación daba al patio. A esas horas, el sol ya estaba en su sitio de rey y su luz entraba generosa de a chorros. Era el momento de mover las sábanas para que los millones y millones de partículas que estaban en reposo sobre el cubrecamas salieran despedidas al aire frugal de la habitación, para comenzar una danza infinita. Y llegaba el desayuno. Generalmente, mate cocido. No de saquitos. Esa infusión se preparaba de otra manera por aquellos años. Se ponía a hervir agua en un recipiente. Antes de que el agua hirviera, se agregaba la yerba mate y se revolvía hasta que el agua rompía el hervor. Se retiraba del fuego y se dejaba reposar unos minutos para que la mayor parte de la yerba se asentara en el fondo y así el colado fuera más fácil. Existía un colador que se usaba solamente para esto. Por supuesto había otro para el café. Los orificios eran más pequeños. El mate cocido era acompañado, según se podía, por tostadas (hechas con el pan del día anterior) o tortillas (podían ser redondas o cuadradas y según la forma recibían distintos nombres. Se hacían con harina, grasa y sal y se conseguían en todas las panaderías. Cuánto más temprano se compraran, más calentitas podían ser comidas), manteca y dulce de leche. Un soberano desayuno!!!. Una soberana ceremonia que duraba religiosamente alrededor de una hora. Una hora para desayunar!!!. Terminada esta deliciosa faena, mi mamá Ana o mi abuela Aya volvían a la habitación a retirar las bandejas. Y ahí siiiiiii, comenzaba realmente lo mejor. El momento de leer el diario, que lo hacía mi abuelo, claro está. Comenzaba por la fecha y seguía por el pronóstico del tiempo. Para continuar con los titulares. Por supuesto, algunos eran inventados. Eso lo descubrí algún tiempo después. Cuando el titular hablaba de alguna muerte o asesinato, él inventaba la noticia.  Y decía, por ejemplo, que un ángel se había aparecido en tal o cual lugar y que había visitado a unos niños en alguna parte del mundo. Así era mi abuelo. Pensaba que el mundo de los niños era un lugar magnífico y había que extender la estadía en ese mundo el mayor tiempo posible. Y llegaba la sección de los dibujitos de La Gaceta (diario que aún hoy se vende en Tucumán). Y nos leía Mafalda...y de los otros ya no me acuerdo. Pero era una página com ple ta. Y eso era lo más importante. Y lo más importante era extender ese cálido estar. Por eso con mi hermano, que también estaba, y desde el principio también, le pedíamos que nos contara una y otra vez las mismas historietas de La Gaceta. Y a las 11, no había más remedio que cortar el paseo por este paraíso que cabía en una cama de dos plazas. Era hora de levantarse para comenzar otros paseos, por otros paraísos que, por supuesto, recorríamos mi hermano y yo, de la mano de mi abuelo, el Táta.